Emplazada en las afueras del pueblo, la vivienda se extiende en una parcela longitudinal entre bancales hacia poniente buscando las vistas constantes del viejo Cayo, el impresionante monte que define la personalidad del hermoso paisaje de esta zona y su parque natural.
Esta relación visual con el monte y con el pueblo establece un diálogo que se materializa en la construcción de un perímetro muy particular, con una fachada interna compuesta por un contorno patios abiertos que se repliegan en sí mismos y a los que la casa se abre sin tapujos, y de una serie de huecos en el perímetro externo que, como objetivos fotográficos, buscan vistas muy concretas. Estos huecos adquieren, gracias a sus dimensiones, la condición de estancias llevando hasta el extremo el aprovechamiento de la relación visual con el paisaje.
La particularidad del programa, que había de recoger tres situaciones familiares distintas, conformó la casa como la agregación y articulación de distintas piezas en función de la frecuencia de uso. Se trata de elementos unitarios que comparten lugares comunes dentro de la vivienda, que se van habilitando conforme la necesidad y estacionalidad demandan.
Así, un primer conjunto lo componen dos dormitorios de uso continuo, 365 días al año, orientados hacia el pueblo y a naciente. Esta primera franja requiere además del espacio de la cocina que usará como estar en invierno, sin necesidad de calefactar el resto de la casa.
Los fines de semana se habilita un nuevo conjunto, próximo al primero, que amplía la casa en el salón común y los patios contiguos.
En determinadas estaciones y en vacaciones, el programa de la vivienda se completa con dos habitaciones para niños y una última para los padres, llegando en este momento a emplearse el conjunto de la casa en toda su plenitud y extensión.