Una forma sólida y blanca que contrasta con su entorno inmediato: ese es el principio del proyecto de la Casa Bosque, ubicada en un terreno estrecho dentro de un condominio horizontal de residencias adosadas. Este cuadro blanco, al ser homogéneo, no evoca la imagen mental subjetiva de una casa y permite una percepción abierta de lo que se ve, una lectura total del volumen, sin zonas de concentración ni elementos que “atraigan” la vista.
Como afirma el artista Robert Ryman: “el blanco es solo una forma de exponer otros elementos, permite que otras cosas se hagan visibles”. Al elegir este volumen, se parte de una concepción unitaria del proyecto, en la que el diseño define los flujos y las plantas, contenidos dentro de esta geometría rígida.
El principal deseo de la familia era tener vistas hacia el bosque ubicado fuera del condominio, en la parte trasera del terreno. El programa se organiza en dos pisos: en la planta baja, el acceso, las áreas sociales y de servicio, con las áreas de convivencia teniendo los árboles como telón de fondo; en la planta superior, el área íntima de la familia, con los dormitorios de los hijos, además del despacho y la suite principal, estos con vista al bosque.
La forma refleja esta división de programas a través del color, con las fachadas de la planta baja en verde, contrastando con el volumen superior. Como no era posible abrir ventanas laterales, un patio interno proporciona iluminación para la sala de estar y las áreas de circulación, así como ventilación cruzada para los ambientes.
El diseño interior sigue la línea del esencialismo, sin ornamentos innecesarios, utilizando una base de carpintería blanca y ligera. Con ello, los tiradores y las puertas se camuflan, destacando la idea de unidad y pureza de volúmenes y planos. El suelo de madera se utiliza en la planta superior y en la escalera, aportando calidez a las áreas íntimas.
El plan monocromático de la fachada, sin embargo, busca un encuentro entre materialidad y desmaterialización al incorporar un brise metálico, provocando una transparencia sin necesidad de utilizar un material transparente, alineándose con el deseo de la pareja de combinar momentos de privacidad y exposición. Con pequeñas perforaciones, garantiza la protección solar de las fachadas este-oeste y, al mismo tiempo, incorpora un aspecto orgánico a la composición, ya sea por la idea de una epidermis con sus poros o por el movimiento de apertura y cierre de esta pantalla.
Con ello, este velo une lo sólido y lo permeable, cuya apariencia se transforma radicalmente del día a la noche: con la luz, la forma se destaca; con la oscuridad, la casa se ilumina de adentro hacia afuera, creando una homogeneidad difusa. El aspecto principal que aporta fluidez y fenomenalidad al proyecto, rompiendo la rigidez de la forma, es, al final, la propia vida: el movimiento de los habitantes reflejado en los brises y las sombras, las luces que se encienden y apagan, y la proyección de las sombras de los árboles del bosque.