La entrada del Camino de Santiago en la ciudad coincide con el encuentro entre la falda del sagrado Monte do Gozo con las infraestructuras de alta velocidad que la rodean. Hasta ahora una larga y empinada escalera resolvía este tramo final de bajada, construida sobre el corte dado por las vías, rompiendo la continuidad del recorrido y dificultando la accesibilidad de las personas, impidiendo la movilidad en silla de ruedas, bicicleta o a caballo.
La rampa recupera la idea de camino y sustituye a la escalera aprovechando los cortes dados al talud. Su pendiente suave permite la parada y observación de la ciudad que va apareciendo en el recorrido.
Las curvas, con sus giros y recodos se utilizan como espacios de transición en los que se produce el cambio hacia lo urbano, pero también el recuerdo de la naturaleza que se va dejando atrás. En ese sentido, el sinuoso recorrido de 111 metros de largo y ancho 2,5, además de la mejora funcional, juega un papel que registra para el caminante un cambio de tiempo (llegada) y espacio (entre el monte y la ciudad).
Construida como U de hormigón y piedra en sus extremos, se apoya y separa del terreno con vanos de 25 metros, acompañada por una hendidura que aloja la iluminación y cortes de dilatación que sirven de sumidero y drenaje. Toda ella línea y canal, es pieza que aparece, acompaña y desaparece para el peregrino que entra en la ciudad y tiene próximo el objetivo, la catedral.