El proyecto recupera el entorno del Templo de Diana en Mérida, que era el foro o el centro de la ciudad en la época romana. El reto de actuar en un lugar con tanta relevancia histórica y arqueológica ha significado trabajar con la traza existente desde el comienzo, de modo que la obra terminada recuperaría este espacio de la época romana a través de un lenguaje moderno. Esta situación ha llevado a concebir el diseño arquitectónico no como algo cerrado o definido por completo, antes de empezar a trabajar. Por el contrario, hemos trabajado de una manera más flexible, definiendo las reglas y directrices sobre cómo actuar en este lugar, es decir, la sintaxis del propio proyecto, con el fin de absorber todas las irregularidades y los cambios debido a los restos arqueológicos, sin perder el concepto inicial de la propuesta. Todo esto se ha desarrollado durante cinco años, con los trabajos arqueológicos, la definición del proyecto y la ejecución de la construcción superponiéndose en el tiempo.
El proyecto se resuelve con una pieza perimetral en forma de L, con su propia sintaxis, cosiendo su borde con la ciudad y creando una gran plaza alrededor del templo. Esta “L” es la unión de la plataforma o el alto paseo (que en el mismo nivel del podio libera el nivel arqueológico en la planta baja, permitiendo a los visitantes tener una nueva relación con el templo) y la pared estructural (lo que pone valor en el Templo mediante la formulación y la abstracción de los edificios adyacentes). Entre la pieza L perimetral y la ciudad, un volumen en forma de cajas colgando ocupa espacios intersticiales acomodando los usos comerciales y culturales. Así, el proyecto, en lugar de un edificio es una plataforma elevada, una estructura flotante capaz de generar una nueva capa de ciudad llena de programa.
Para recuperar la huella romana en la planta baja, la estructura perimetral se coloca en el borde del sitio, lejos del templo, entregándole así, la mayor superficie posible a la plaza pública. Se recupera el área sagrada original, respetando las características arqueológicas romanas que forman parte del espacio sagrado: el templo, dos estanques laterales, el criptopórtico y la muralla romana, que ahora se incorporan en la plaza.
La plataforma se sitúa a la misma altura del podio del templo para permitir a los visitantes verlo como si estuvieran en su interior, proyectando una sombra sobre la plaza. De esta manera el entorno del templo se vuelve “geometrizado”, haciendo que la comprensión del espacio sea clara y no interrumpida por las particularidades de la parte trasera de los edificios existentes. En la parte trasera, un sistema del volumen, flexible a los cambios en el perímetro, ocupará los espacios intersticiales, configurando patios de luz que rítmicamente fragmentan la sombra de la plataforma. Se define un nuevo orden de luz y sombra en la plaza de los patios entre las cajas.
La materialización de los elementos que construyen los nuevos espacios, ha sido estudiada por una interpretación contemporánea de los materiales que formaban parte del espacio romano. Toda la plaza tendrá un acabado de tierra, como lo fue originalmente. La pieza en L se define como una piedra artificial, hecha de cal y agregados característicos del lugar con el color similar al granito del podio del templo. Nosotros no hablamos de hormigón como tal, sino de una piedra artificial más cálida realizada con materiales encontrados en los alrededores.