A escasos kilómetros de la ciudad de Albacete, en uno de los pueblos levantados en la década de los 60 por el Instituto Nacional de Colonización, esta singular obra se constituye como el anexo de la actual escuela infantil de Aguas Nuevas.
Un edificio elemental cuyas formas obedecen, casi en exclusiva, a las pocas estancias que en ellas se alojan. De ahí que tan solo sean dos los volúmenes que intervienen en la composición: el primero, más estrecho y alargado, que contacta con el edificio existente y aloja las piezas de acceso y de servicio; y el segundo, el principal, que se eleva sobre el resto con el único fin de ofrecer a los niños un nuevo tipo de espacio. Un lugar original, inaudito y desconocido en el que desarrollar sus actividades.
Parece natural, por tanto, que desde el punto de vista espacial sea este aula el espacio más representativo del proyecto. De ahí que en planta se retrase su posición con respecto a la línea de fachada para así situarlo entre dos patios: uno trasero, orientado a sur, destinado al juego de los niños; y otro delantero, ganado a la calle, en el que dejar crecer la vegetación.
Un gran espacio bañado de luz desde el que los niños, de un modo inconsciente, pueden además contemplar el movimiento de las sombras que el edificio se arroja sobre sus superficies. Todo ello a través de los dos grandes ventanales que cristalizan con precisión los incesantes cambios del día.
Ya en la fachada, y haciendo efectivo el retranqueo al que obliga la normativa, el edificio construye además un nuevo asiento para los vecinos del pueblo. Una suerte de banco público en el que los viandantes pueden reposar y los padres esperar la salida de los niños.