
Cuando llegamos a la Rua de São João, lo único que vimos fue una colina junto a la entrada de la parcela, que nos impedía ver el otro lado, hacia el oeste.
Subimos esa colina por un camino improvisado que ya existía. De dos a tres metros de elevación.
En ese momento, nos encontramos con unas vistas maravillosas y despejadas.

Y como una de nuestras mayores pasiones es la entrada -además de modelar el terreno-, surgió la idea de tallar la colina junto a la calle y abrirla por el otro lado, revelando el paisaje.
En conversaciones con los ingenieros y el constructor, hicimos algunos cálculos aproximados del coste de la construcción y abandonamos la idea. Tenía que ser mucho más barato.
Cambiamos el concepto, y para evitar rellenos, excavaciones, muros de contención, movimientos de tierras, estructuras masivas de hormigón armado -todo lo que supusiera un gasto innecesario- introdujimos una serie de volúmenes puros, diseminados por la colina, que se adaptaban a la topografía existente con poco esfuerzo.
Volúmenes acabados en SATE, con bases y cercos exteriores de puertas y ventanas en hormigón visto, y trabajamos la altura de estas cajas de formas variables, añadiendo dinamismo especialmente al interior.

Se mantuvo la sorpresa de desvelar progresivamente la vista oeste, tanto en la forma de acercarse a la casa como en el ajardinamiento que inicialmente cierra la escena, desvelándose poco a poco la vista completa hasta llegar a la ventana del salón, el paisaje. La única de generosas dimensiones, orientada hacia el oeste abierto.
En ese momento, la caída del día es dulce.