En el centro de Telde, en Gran Canaria, se ubica el histórico barrio de San Francisco. Este oasis urbano, recorrido por un entramado de irregulares y estrechas calles empedradas, presenta un tejido que se define por antiguas casas entre medianeras, dando forma a largos muros de color blanco, apenas interrumpidos por las carpinterías de madera de los huecos de las fachadas de las viviendas.
Casa F ocupa una de las pocas parcelas vacías de la zona, ubicada junto a una finca de naranjos protegida tras un largo muro encalado de color, como no, blanco. La normativa de la zona, de marcado carácter proteccionista, establece unas estrictas condiciones que empujan a una solución de mímesis con lo existente para la nueva arquitectura, determinando de manera casi matemática la posición, tamaño y proporción de los huecos de la fachada principal.
Es aquí donde surge el debate en torno al proyecto. Se afronta la propuesta desde el entendimiento de que el entorno cuenta con una serie de invariables que deben ser respetados, pero a partir de aquí la nueva arquitectura debe manifestar su propio tiempo y lugar, ya que sólo así se pone en valor la historia del contexto urbano. De este modo, el proyecto se apoya en los vacíos de la norma para presentar un lienzo radicalmente blanco, una casa deliberadamente austera que a veces se abre al barrio, pero otras, prefiere ser muro, como la finca vecina.
Una vez dentro, la casa se libera compositivamente, evidenciando esta condición en la fachada trasera. House F es fruto de una profunda reflexión sobre la idea de habitar y los múltiples escenarios domésticos que puede favorecer el proyecto de arquitectura. Una casa para una pareja en la que los usuarios pueden decidir participar o no de la vida pública del barrio, abriéndose o cerrándose al entorno. Vivienda y refugio.
En su esquema funcional, la casa se organiza en torno a dos vacíos generados: un patio central al que se vuelcan la escalera y las estancias y otro en el fondo de la parcela, que libera una amplia superficie para un jardín con orientación sur. Esto permite que se cree un mundo interior en el que los espacios gravitan alrededor de los dos vacíos, promoviendo relaciones visuales a los distintos niveles, y pudiendo integrar las estancias exteriores como parte de la vivienda.
En cuanto a los usos, sólo se definen los estrictamente necesarios para resolver el programa habitacional. De resto, las estancias no tienen función definida, presentándose como espacios reversibles de distintas escalas que pueden mirar al exterior, al interior o a ambos. La escueta paleta de acabados se mueve en un equilibrio de contrastes entre materiales fríos y cálidos: suelos y techos de hormigón, paredes blancas y madera de pino natural. El resultado, un ambiente sobrio que pretende ser colonizado por sus habitantes, y que sólo será hogar cuando esto suceda.