
La casa y el jardín
Esta vivienda se articula en torno a dos patios que organizan el espacio y lo llenan de sentido. No son solo vacíos entre muros: son lugares vividos, que traen el jardín al interior y difuminan los límites entre dentro y fuera. En invierno recogen la luz con generosidad; en verano, el agua dela alberca introduce el frescor y el murmullo que acompañan la vida.

El acceso a la vivienda se plantea como un recorrido pausado, casi ceremonial. Una larga tapia blanca acompaña el avance, guiando con discreción hasta un porche cubierto con lamas de madera. Allí comienza una rampa tendida, suave, que asciende de forma casi imperceptible mientras el espacio se recoge y la luz se atenúa poco a poco. Se potencia así la transición del exterior al interior, de la claridad a la penumbra.
El zaguán de entrada mantiene esta altura contenida, y una luz aún tenue se filtra a través de los patios, que acompañan y ordenan el recorrido con naturalidad. Son ellos quienes marcan el ritmo de la casa, guiando hasta el espacio principal, donde el volumen se eleva y la luz entra con plenitud. La arquitectura se abre entonces, tras un trayecto medido, silencioso y lleno de intención.

El proyecto parte de una búsqueda de lo esencial: la correcta orientación, la proporción serena, la sinceridad en el uso de los materiales. Los dormitorios se orientan al este, buscando el sol de la mañana, y descienden ligeramente respecto al resto de la casa. Esta diferencia de cota permite un contacto visual íntimo con el jardín, casi a ras de tierra, y contribuye al control térmico en los meses más cálidos.
La vida cotidiana se organiza en torno al patio principal. Las estancias de estar y comedor se abren hacia él y se extienden hacia un gran porche orientado al sur, que protege las cristaleras del exceso de luz y permite vivir al borde entre interior y exterior.
La cubierta no se limita a cubrir: se pliega con una geometría precisa que recoge y matiza la luz, generando una expresión sobria pero singular. Desde el volumen que emerge sobre el conjunto se ubica el estudio, un lugar de trabajo y contemplación suspendido sobre el jardín, en contacto visual con el monte de encinas y berrocales.
Uno de los elementos más especiales del proyecto es la escalera que conduce al estudio. Ligera, suspendida, metálica con peldaños de madera, flota en el espacio como una pieza independiente. Está colgada desde la estructura superior, sin apoyos directos, y su presencia marca con elegancia el núcleo vertical de la casa. No solo lleva al estudio —una estancia en altura, orientada hacia el monte de encinas de Galapagar—, sino que también articula sutilmente el tránsito hacia la zona de dormitorios, como si orientara el recorrido sin imponerlo.

Los materiales utilizados responden a una lógica de armonía y permanencia en el tiempo, muros enfoscados en blanco y madera de pino que aporta calidez. El pavimento es de barro cocido y fue elaborado a mano en Marruecos, Cada pieza, única e imperfecta, fue colocada con cuidado por artesanos marroquíes durante semanas. Su trabajo minucioso llevó más tiempo que el necesario para levantar toda la estructura metálica de la cubierta, haciendo de este suelo una verdadera joya.
Dicha estructura, en cambio, se preparó en taller y llegó a obra ya precortada, agilizando su montaje con una precisión que responde a una voluntad clara de eficacia y control.
No se trata de una arquitectura que pretenda destacar, sino de una casa que se deja habitar. Que dialoga con su entorno y con el tiempo, y que busca —desde la sobriedad— acompañar la vida de forma natural y silenciosa.