Zahara de los Atunes es uno de esos lugares en los que lo cotidiano se convierte en excepcional. Todos los días tienen su amanecer y su ocaso, pero la forma en que esto acontece en este sitio en particular es difícil de describir.
Con este punto de partida la arquitectura se dispone casi cómo un mecanismo que nos permite protegernos mientras capturamos el espectáculo que nos ofrece el entorno.
Debido a que el terreno tiene pendiente, el elemento aparece como una pieza arquitectónica depositada en su entorno. El lugar se prepara con una suerte de basamento materializado con la tonalidad gris de las piedras que se encuentran en el entorno, de hecho, el nombre de Zahara, proviene del árabe Sahara que podría traducirse como lugar rocoso. Este basamento permite que la casa se posicione en la cota necesaria para asegurar las vistas y la puesta de sol en la lámina de agua contra el Atlántico.
En la parte posterior se dispone un tranquilo patio en que resguardarse cuando el viento de Tarifa es intenso, a este patio recaen estancias con usos complementarios de la vivienda principal. Como si estuviese dejada caer sobre este zócalo la planta superior se divide en tres espacios. La zona central es la pieza de día. Completamente pasante entre el noroeste, donde sucede la mágica puesta de sol, y el sureste sin ningún elemento estructural que interfiera entre este espacio y el paisaje. A ambos lados se encuentran las zonas de noche con la misma orientación. Esta disposición permite equilibrar la estructura y dota de privacidad a la habitación principal.
Una arquitectura sencilla engarzada en un lugar en el que el observador sensible podrá deleitarse con todos los colores.